Cuatro errores. Una respuesta a “Tres naciones”, de Juan Claudio de Ramón

Publica Juan Claudio de Ramón un artículo en El País que, a mi parecer, se enmarca en los esfuerzos del españolismo de centro-izquierda y de centro-derecha por distinguirse de la compañía incómoda de Vox en la “cuestión nacional”. El artículo viene a decir que, actualmente, en el Estado español compiten tres concepciones de la nación: la de los independentistas, basada en la lengua catalana, y que por tanto no ve a España como nación; la de los “patriotas constitucionales”, basada en la Constitución, y que por tanto ve a España simplemente como un resultado de “la ley que nos hace libres e iguales”; y la de la ultraderecha, basada en la tradición, y que por tanto ve a España como comunidad eterna y pre-constitucional.

Observo cuatro grandes errores de análisis en este artículo.

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El problema no es la diversidad: son los idiotas

Este artículo no es una crítica del libro de Daniel Bernabé, La trampa de la diversidad, que tanto revuelo ha causado. Para ello, debería habérmelo leído, y no es el caso. Esto es una crítica de las ideas que Bernabé explica en una entrevista hablando, precisamente, de su libro; ideas que, entiendo, forman el núcleo central del mismo. Si tuviera que resumirlas, lo haría en cinco tesis: (1) el apoyo de una parte de la clase trabajadora occidental a la extrema derecha tiene que ver con la debilidad de la izquierda; (2) la izquierda es débil porque cada vez se concentra más en cuestiones simbólicas que en políticas reales; (3) la izquierda se concentra en cuestiones simbólicas porque ha dejado en segundo plano la lucha de clases en favor de la diversidad cultural; y (4) este foco sobre la diversidad cultural dificulta el debate racional dentro de la izquierda, ya que todo se reduce a una competición entre identidades de grupo; y (5) la izquierda históricamente nunca ha sido de defender minorías, ni diversidades, sino mayorías e igualdades. Continue reading “El problema no es la diversidad: son los idiotas”

El messianisme, malaltia adolescent de l’independentisme

Llegia avui un article de Pere Cardús on venia a desenvolupar la següent tesi: quan un independentista critica Puigdemont per haver triat Quim Torra per a substituir-lo com a president, simplement li està fent el joc a l’espanyolisme. Textualment: “en la reacció d’una bona part del sobiranisme, hi veig la nostra debilitat més gran. Ja fa un cert temps que l’observo. I és aquesta facilitat d’empassar-se i sucumbir a les campanyes més barroeres del nacionalisme espanyol. Aquesta facilitat de ballar la música que fan sonar.

Jo veig les coses de forma completament contrària. Que l’elecció de Quim Torra ha estat un tret al peu de l’independentisme és evident; només cal llegir una mica la premsa internacional. La idea que això no ens hauria de preocupar perquè “no hem de ballar la música que fa sonar l’adversari” és absurda en política: l’adversari existeix, les seves tàctiques t’afecten i el que has de valorar és com enfrontar-t’hi. Posar-li les coses fàcils deliberadament no és un símptoma de “coratge” ni de “desacomplexament”, sinó de ceguesa. Quan el principal propòsit propagandístic de l’adversari és convèncer mitja Catalunya que la odies, i el món que ets una versió local de Le Pen, posar de president algú amb la motxilla de Torra, per molt bon home que sigui, és un error. I el que és pitjor: un error innecessari, perquè de noms alternatius (dins JxCat mateix) n’hi havia de sobres. Simplement, ens ho podríem haver estalviat.

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L’elecció de Quim Torra com a símptoma

Primer de tot, un disclaimer: considero la investidura de Torra un mal menor a repetir eleccions. La Generalitat porta sis mesos segrestada pels mateixos que volen acabar amb l’escola catalana, fragmentar el país en dues comunitats i enviar l’anterior govern català, mitja mesa del Parlament, els Jordis i la Marta Rovira a la presó durant una pila d’anys per una violència insurreccional que mai no va existir. Considero prioritari rescatar immediatament les institucions catalanes d’aquest segrest.

Però això només és el primer pas a l’hora de reemprendre un camí que sempre ha sigut llarg, pel qual sempre ha sigut un error el #tenimpressa, i que requerirà d’unes dosis de paciència, empatia, innovació i mirada llarga com mai abans en la història del catalanisme. I és aquí on crec que l’elecció d’en Torra és un error i, sobretot, un símptoma de que hi ha una part de l’independentisme que no és conscient del terreny on es juguen les properes batalles crucials del moviment.

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El territorio de Cataluña, ¿debe ser divisible?

La existencia de una nación es (perdonadme esta metáfora) un plebiscito cotidiano“,

Ernest Renan

No, este no es un artículo sobre Tabarnia. Es evidente que Tabarnia no es una propuesta política seria, sino una coña marinera que hay que tomarse como tal. Es, además, una puesta en práctica magistral de la máxima de Don Draper sobre la publicidad: “si no te gusta lo que se está diciendo, cambia de tema“. Después de años y años de (auto)vender(se) que en Cataluña había una mayoría silenciosa de unionistas, el unionismo ha perdido las elecciones catalanas otra vez, pero esta vez con cerca del 80% de participación. El autoengaño de la “mayoría silenciosa” ya no daba más de sí, y tocaba substituirlo por otra cosa antes de que alguien empezase a hacer preguntas.

El artículo, en cambio, va sobre lo que los “tabarnistas” con más intencionalidad política han afirmado demostrar con la coña: que el independentismo catalán es inconsistente éticamente, puesto que proclamaría la divisibilidad del territorio del Estado español, pero no del de Cataluña. Esto seria cierto si no fuese por el hecho de que es falso. Seguro que hay independentistas que conciben a Cataluña como una unidad territorialmente indivisible, pero también hay otros, bien relevantes públicamente, a los que la idea no parece asustarles. Pero el grueso de los opinadores unionistas, en vez de dialogar al respecto del tema con los independentistas, han preferido aporrear a un hombre de paja. He aquí, pese a todo, mi particular contribución al tema de fondo. Continue reading “El territorio de Cataluña, ¿debe ser divisible?”

Ni “sociedad dividida”, ni “espiral de silencio”, ni “dictadura”: un cambio de mayorías

Hace no tanto, el independentismo era una minoría muy minoritaria en Cataluña. El apoyo a la independencia variaba según la encuesta y lo que se preguntase, pero para hacernos una idea: según leemos en Catalunya, un pas endavant, (p.64), de Guinjoan, Rodon y Sanjaume, en el año 2005, en plena reforma del Estatut, el apoyo a la independencia, frente a otras opciones como el Estado federal, apenas rozaba el 15%. 8 años después, según los mismos autores (siempre basándose en datos del CEO), el apoyo a la independencia pasaba del 45%.

Yo recuerdo bien los años en que éramos una minoría. Años en los que, incluso cuando ERC (el único partido independentista en el Parlamento catalán, por aquel entonces) era relativamente fuerte, el independentismo tenía las de perder en cualquier debate público o conversación de café. En el mejor de los casos éramos unos utópicos soñadores, a los cuales la tontería se nos pasaría con la edad. En el peor de los casos éramos unos nazis aliados de ETA y ansiosos por empezar una limpieza étnica (nota: el que firma esto se llama Pérez Lozano…). Y en la mayoría de los casos se nos ignoraba o se nos tomaba a choteo.

No recuerdo que los independentistas nos quejásemos de vivir en una “espiral de silencio”, ni de que “claro, estamos en minoría porque TVE nos hace el vacío”. No llorábamos hablando de que “la sociedad catalana estaba dividida”, porque no lo estaba: éramos nosotros los que estábamos en minoría. No nos pretendíamos una “mayoría silenciosa” atenazada por el miedo. Nos sentaban mal las acusaciones de nazi-etarras, y frecuentemente las contestábamos, pero no cifrábamos en eso la causa de nuestras dificultades. En vez de pelear con el peor rostro de nuestros adversarios, nos fuimos centrando en escuchar y rebatir los mejores argumentos contra la independencia. Esa era la forma de ganar y, aunque suene ingenuo, de mejorarnos a nosotros mismos como movimiento.

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Sobre Arabia Saudí, Podemos y la True Left que no superó la Guerra Fría

La lucha contra el yihadismo, y en general contra la intolerancia religiosa, es una de las luchas fundamentales para los demócratas de nuestro tiempo. En esa lucha, es fundamental que las democracias aprieten a cualquiera que ampare, de una forma u otra, a los que promueven el terrorismo religioso. Incluyendo, en un lugar muy especial, a gobiernos como el de Arabia Saudí. No obstante, me llama la atención el reciente (y creciente) entusiasmo anti-saudí de Podemos, y de la True Left en general. Sospecho que la causa es que la True Left se toma esto como una puerta trasera para insistir en su esquema clásico de explicación de casi cualquier problema: la culpa del Mal es de Occidente.

La puerta trasera es que, dado que Arabia Saudí es aliada de EEUU, Occidente estaría detrás del yihadismo. De este modo, gente percibida por la True Left como “no-occidental” (los yihadistas) sería medio-exculpada por sus crímenes; su Mal no sería propio, sino una derivación de la Gran Fuente del Mal, que en el relato maniqueo de la True Left, heredado de la Guerra Fría, siempre ha de ser Occidente. Parecería que la furgoneta del 17A la conducía Hillary Clinton. Un poco como cuando los independentistas más maniqueos presentan la corrupción en Cataluña como una “contaminación española”. Pero antes de que la True Left se entusiasme demasiado con esa puerta trasera, debería considerar algunas cosas.

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Jihadisme, tòpics de l’esquerra i llibertat de consciència

L’horror del que va passar a Barcelona el 17A és tan obvi, tan cruent, tan evident, tan injustificable, que no veig necessitat d’afegir ni comentar res a les moltes condemnes que ja s’han expressat aquests dies. Entre elles, cal no oblidar-ho, la del gruix de la comunitat musulmana.

Sí que voldria parlar, en canvi, d’una cosa que ja m’ha cridat l’atenció en altres ocasions. I és que sempre que hi ha un atemptat jihadista tinc la mateixa impressió: una part de les esquerres se sent profundament incòmoda condemnant el jihadisme. No és que no ho faci, o que ho faci de forma insincera, sinó que sembla que ho trobi un tema molest, del que prefereix parlar el mínim i canviar de tema. Ho detecto en el fet que, juntament amb la condemna al jihadisme, i la raonable prevenció de no caure en la islamofòbia per combatre aquell, en el discurs d’una part de la militància d’esquerres abunden dos tòpics que, al meu entendre, desdibuixen el que hauria de ser una condemna rotunda, no ja del terrorisme, sinó a més d’una ideologia reaccionària, el fonamentalisme islàmic, que nega de dalt a baix tot allò que les esquerres se suposa que defensen. Els tòpics són els següents. M’entretindré una mica en discutir-los, sobretot el segon:

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Nota breu sobre la idea d’una “ciutadania crítica”

Quan sento que “l’escola ha de formar una ciutadania crítica” sovint tinc la impressió que l’emissor/a no entén el que està dient. Crec que vol dir “formar una ciutadania que pensi més o menys com jo”. La major part de les vegades, això vol dir “una ciutadania d’esquerres”. Una ciutadania progressista, defensora de la redistribució de la riquesa, ecologista, feminista, anti-LGTBIfòbia, anti-xenofòbia… aquesta mena de coses.

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El sonido de la libertad: el jazz frente al nazismo

En la imaginación de las fuerzas reaccionarias de la Europa y la América de los años 20, 30 y 40, el jazz ocupó el lugar que en los años 50, 60 y 70 ocuparía el rock’n’roll. Estos dos descendientes del blues han encarnado, en el plano musical, la decadencia moral y cultural de Occidente a ojos de los cenizos que vienen pronosticando el final de la civilización desde la era de las revoluciones ilustradas. Un movimiento reaccionario, en particular, destacó por el intenso odio que manifestó hacia el jazz: el nacionalsocialismo. Los nazis despreciaron al jazz, persiguieron a sus músicos y aficionados, y dedicaron una fuerte actividad propagandística a prevenir a los “buenos alemanes” de la amenaza que suponía la propagación de un sonido al que calificaban de entartete musik (“música degenerada”). Calificativo que el jazz, por cierto, tuvo el honor de compartir con gigantes como el judeo-alemán Felix Mendelssohn.

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